Matahermanos by David Guymer

Matahermanos by David Guymer

autor:David Guymer [Guymer, David]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


—Nueve. Me has roto nueve huesos.

Una risita, como una fuga de presión antes de una erupción volcánica.

—Tengo otro acertijo para ti, Max. —Algo pesado se movió detrás del mago. Los barrotes de su celda chirriaron y se doblaron bajo el peso depositado sobre ellos. Max no respondió, y la voz continuó—. Soy tu mejor amigo y tu peor enemigo. Estoy al tanto de tus secretos más oscuros, y aun así no dejan de sorprenderme. Conozco a todas las personas que tú conoces, pero ninguna de ellas me conoce a mí. —Una deliberada pausa provocadora—. ¿Quién soy?

—Eres yo —respondió Max suavemente y sin pensar.

Se produjo un breve silencio, sólo roto por el fragor metálico de ejércitos lejanos. Y luego se repitieron las risas, disonantes y premeditadas,

—Eres el mejor ejemplar de mi palomar, Max. Me dará mucha pena echar tus huesos a las arpías.

Ahí estaba; la amenaza. Se le encogió el estómago. Incluso después de todo lo que había sufrido, de todo lo que había visto desde la atalaya de su celda, Max aún no contemplaba con anhelo la idea de morir. Y estaba cerca, muy cerca de hacerlo.

—Lo he intentado —dijo Max, vahando a través de los barrotes. — Lo que quieres requiere tiempo. Habrá que realizar experimentos y asumir que al principio fracasarán. Algunos de tus seguidores morirán.

—Mira a través de la ventana —dijo la voz—. Contempla las legiones ignorantes de los Cuatro. Salen arrastrándose del norte como gusanos bajo la lluvia. ¿Sabes cómo capturé a Aekold Helbrass?

—No. Yo no estuve... —Max vaciló. Quería decir: «Yo no estuve allí». Pero no pudo. Era más fácil olvidar su vida anterior que albergar esperanzas.

—Lo cogí porque era estúpido. Carecía de la capacidad y de la inteligencia para cambiar su destino. Sigue mirando.

Max obedeció dócilmente y continuó mirando por la ventana. Un grifo se abatió sobre la plaza de los Héroes y aferró con las garras una de las arpías heridas. La bestia era inmensa, con los sarnosos cuartos traseros de un gato de las nieves y el pico brutal y el plumaje moteado de un águila calva. Chilló a las arpías espantadas y desgarró a la criatura que tenía apresada. Eran monstruos del Caos, pero sentían el dolor como cualquier criatura.

—No me importa perder una o un centenar —añadió la voz—. No necesito un ejército. Ya he reunido al más poderoso de todos los tiempos. Lo que necesito es un general. Un igual.

—Lo que se te ha hecho es una obra de dioses —dijo Max—. Es un.., problema fascinante, pero yo no soy un Teclis ni un Nagash.

—La nuestra es una época de maravillas, Max, y tú eres el mago más poderoso con el que me he encontrado cuyo poder no es un don. Si Nagash puede separar el Shyish del aethyr y enfrentarse a la diosa ancestral de los enanos y vencer, tú también podrás hacerlo para mí. De lo contrario...

La voz hizo una pausa que Max aprovechó para escrutar las otras torres de la ciudadela y las otras ventanas. ¿A cuántos magos había traído hasta allí el rey de Praag? Cientos.



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